Cosquilleo.
Siente el autor un leve cosquilleo en la lengua, tiene mucho que decir pero solo una voz. Esas ideas, palabras, sentimientos bajan a la mano y crea, crea un coro para decir, y sale un personaje para contestar(se), y sale otro, y más, y hablan, comparten, pelean, discuten, se abrazan, reconocen, ríen, lloran y hasta mueren.
Pero no basta con leer, hay que expandir, transmitir y que todos sean partícipes de esa fiesta. Y ese cosquilleo se traslada a los pies de quienes salen a escena para lanzar al aire las ideas, las palabras, los sentimientos que pasarán a ser emociones de una voz a emociones de unos oídos. Y se va el cosquilleo del actor, pues se siente en casa en el escenario y no hay (muchos) nervios, no tiembla el paso, no tiembla la voz. Tiembla el cuerpo del espectador, vibra, se eriza el pelo y se apagan los focos (so los hay) y se enciende el brillo en los ojos.
Todo termina y el cosquilleo se convierte en un estruendoso aplauso de quien agradecido se ha emocionado con la escena, con las ideas, palabras, sentimientos y emociones que le han sido transmitidos. Ya sea para reflexionar o disfrutar, por placer o trabajo, este momento le habrá cambiado en algo, o no, y tendrá/querrá seguir participando de ello, tanto encima como debajo del escenario.
Gracias por tanto, teatro.
Gracias por tanto teatro.
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