viernes, 23 de agosto de 2019

Juicio y Muerte de Sócrates

     Lunes 19 de agosto, las campanadas dan las 22:00, pero no es lo único que resuena en el... ¿escenario? Bueno, si usamos el término como lugar en el que sucede la escena, sí, pero no es un escenario como tal; son los propios muros y el suelo rocoso del lugar los que abrigarán a los actores. Está bien, hay algo de decorado y de atrezzo: un banco de madera, un cesto con rollos de pergamino, unas bandejas y, como decía, algo que rompe el silencio del patio del Museo de la Escena Grecolatina, un gong, golpeado por un hombre con mirada hirsuta. El público murmura con nerviosismo mientras da comienzo la música que marca el inicio del espectáculo.



     Mientras esto sucede, un grupo de cuatro actores se acaba de desear "mucha mierda", y llega el momento. Un grito de acusación irrumpe entre el público, y después otro, y otro, y otro. Y los cuatro acusadores anónimos, de negro, ponen en situación al respetable que, como mínimo, están emocionados por ese demoledor e inesperado principio. Se descubren Méleto, Anito, Licón, acusadores, y el Arconte que hará de mediador en ese tira y afloja que será la primera parte, el juicio, entre ellos y Sócrates, pero... ¿dónde está el "peor" de los sofistas? Otra irrupción inesperada que hace que el público tenga que levantar la cabeza, y en la oscuridad de la noche, en un balcón de repente iluminado, aparece el filósofo diciendo la que a la postre será su frase más recordada, primero en griego, en castellano después: "Solo sé que no sé nada".

     Corrupción de los jóvenes, no creer y por lo tanto no adorar a los dioses de la ciudad, ir en contra de lo establecido, cuestionarlo todo... y de todas estas acusaciones se defenderá Sócrates en la primera parte, y es importante estar atento porque el público, sin saberlo, formará parte de ello. Cuando el Arconte habla, los espectadores gritan. Esto es, sin duda, un espectáculo inmersivo, y no solo con gritos de "¡Culpable!" o "¡Vergüenza!" se participa, sino que son ellos quienes, piedra en mano deciden el futuro del acusado. Blanco, inocente; negro, culpable. Más nerviosismo del público, algunos incluso intentan ocultar su voto. Más votación, blanco, una simple multa que ofende a los acusadores; negro, la muerte. Otra vez intentan ocultar sus votos sabiendo que con un simple gesto están decidiendo sobre el futuro de una persona.



     Todo esto ocurre en no más de 25 minutos en el patio de un museo, en una noche de verano, en la cual parece que se han olvidado de que están viendo teatro, ya están en Atenas, lo están viviendo desde dentro.

     Han elegido... MUERTE, beberá la cicuta.

     Lo que el público no se esperaba, tal vez, era el cambio de escena, pero cambio radical. No se cambia el decorado, sino que son ellos quienes se tienen que desplazar por el museo hasta la zona de la prisión, donde les espera un Sócrates encadenado. Pero antes, para obligatoria, se obsequia a los espectadores con un trago de "cicuta".

     El hombre serio que tocaba el gong también les ha guiado a su destino. Ya se puede sentar uno y disfrutar de la segunda parte.

     La prisión, que está ahí, en la pared, abre sus puertas ahora a Critón, Fedón y Platón, de blanco, que con sus antorchas iluminan el amanecer de Sócrates. Si en la primera parte el sofista se defendía de sus acusadores, aquí tiene que tratar de convencer a sus amigos de que salvarse no es justo, porque Sócrates puede cuestionarse todo, pero las leyes, al fin y al cabo, están para cumplirlas. Y no lo dice él, sino que son ellas mismas, etéreas y proyectadas quienes le dan la razón.

"Hagamos lo que hay que hacer", y es teatro sin texto, se da paso a la parte ritual, un baño que hace que Sócrates se despoje de sus vestimentas y se purifique, y suerte tiene la primera fila de haber sido salpicada por ese agua que les ha empapado de la escena. Igual que el público ha tragado la cicuta, los amigos tragan saliva con dificultad al ver entrar al carcelero de las 11 anunciando lo que ha de suceder. Pero por favor, que nadie le culpe a él, pues es un amigo más que ha hecho Sócrates en la prisión, es "distinto".



     Es en estos momentos cuando parte del respetable se siente culpable por su votación. Es en estos momentos cuando la dureza de la primera parte se convierte en una escena descarnada, con un Sócrates que ha bebido la cicuta y se tambalea mientras pasea, hasta que no puede más y es llevado a un lecho, cómo no, blanco. El carcelero llora, los amigos lloran y el recuerdo de una promesa hace que cante un gallo, y con el resonar de la copa contra el suelo el público llora, y se emociona, y aplaude. Y tras las frases finales sigue emocionado y sigue aplaudiendo el respetable porque no han visto una obra de teatro, han vivido un juicio y una muerte, han formado parte de ello en una experiencia que esperemos que recuerden mucho tiempo. Saldrán del lugar diciendo: "Yo pude salvar a Sócrates", otros dirán: "Yo maté a Sócrates", pero lo importante es que todos estuvieron allí.

     Muchas gracias por dos noches fantásticas.

Texto: José Luis Navarro
Dirección: Gemma López

Reparto:
Juan Diego Guerrero    SÓCRATES
Mario González           ANITO / CRITÓN
José María Ayllón        LICÓN / PLATÓN
Antonio Martínez        MÉLETO / FEDÓN
Miguel Pato                ARCONTE / CARCELERO
Antonio Bardera         GONG

     Gracias a todo el equipo del Museo de la Escena Grecolatina y a los chicos de Presto Music Producciones.



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